25/3/08

JUEGOS


Los juegos, la dulce y ciega tortura.
Aquella que no vemos y nos ataca.
Nos observa, y no palidece ante nuestros problemas.
Simplemente nos dejamos llevar, partimos el mundo
y el mundo nos parte en un millón.

Nos creemos conocedores de ese secreto,
de aquel pasadizo que nos lleva a la tranquilidad,
que nos permite huír y hacernos uno con aquello
que dice el pequeño duende que juega a los dados.

Vemos los colores, sentimos los colores,
pero perdemos el sentido.
No encontramos el tacto, perdemos el peligro.
Es apagar la alarma y olvidar.

No creemos, no creemos en la trampa,
nuestros prejuicios no nos dejan ver
la parte del bosque que se oscurece frente a nosotros.

Empieza la diversión.
Payasos, risas, maldiciones y vasos llenos de vino.
Vino hasta asquearse, hasta revolcarse en él,
insostenible vómito que sale de nuestros ojos.

De pronto, no podemos ver.
Leemos las cartas y no entendemos la letra.
No hay responsabilidad, se nos escapa la línea.

Tal vez un paso al costado y tomemos perspectiva,
pero la perspectiva es mala.
La perspectiva... es un agobio a las ideas,
es un pozo infinito, todo en él cae, lo original se convierte en raro, absurdo y delirante.

La fantasía que escupe como fuego
la inquebrantable e intocable imaginación,
se vuelve ceniza descompuesta en el pozo de la mirada del otro.

Es que el otro solo se dedica a mirar... solo a mirar.


Lautaro Barceló

1 comentario:

Camille Stein dijo...

Divertidos juegos de los que hay que regresar. Si sabemos jugar. Si sabemos regresar. No creerse los juegos, ni sus mentiras ni sus verdades. Divertirse y jugar. Un saludo.