Al cornus rubra como a mí
está a punto el otoño de llegarle. Oigo
sus pies gangrenados alcanzándome la carne.
Lo presiento
como el ruido o los pasos furtivos en mi espalda
sin ojos ni horizonte. En sus manos grana
deslizándose hacia el roce quebradizo del cristal,
vuelvo a preguntarme: ¿quién tiene nombre?
resbaladizo granate que se rompe como añicos
de hojarasca, huida sombra al
declive de la tarde.
Entre la herida del negro y la del rojo
está la muerte
y el barranco oscuro del adiós entre montañas.
Luego cuesta renacerse
cuando las cenizas fueron diálogo truncado
paredes demolidas
y hojas yertas, vaciadas de su sangre.
Ayer, de su cuerpo
tomé una rama agonizante, no pude resistirme
a su gradiente de matices
su voz detenida
y la belleza palpable de su seda mate.
La besé,
en mis labios quedó prendido su tenue tacto,
la gota última de su aljibe,
la vida que marchó
de su regazo.
Del libro “¿Quién tiene nombre?
está a punto el otoño de llegarle. Oigo
sus pies gangrenados alcanzándome la carne.
Lo presiento
como el ruido o los pasos furtivos en mi espalda
sin ojos ni horizonte. En sus manos grana
deslizándose hacia el roce quebradizo del cristal,
vuelvo a preguntarme: ¿quién tiene nombre?
resbaladizo granate que se rompe como añicos
de hojarasca, huida sombra al
declive de la tarde.
Entre la herida del negro y la del rojo
está la muerte
y el barranco oscuro del adiós entre montañas.
Luego cuesta renacerse
cuando las cenizas fueron diálogo truncado
paredes demolidas
y hojas yertas, vaciadas de su sangre.
Ayer, de su cuerpo
tomé una rama agonizante, no pude resistirme
a su gradiente de matices
su voz detenida
y la belleza palpable de su seda mate.
La besé,
en mis labios quedó prendido su tenue tacto,
la gota última de su aljibe,
la vida que marchó
de su regazo.
Del libro “¿Quién tiene nombre?
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