Puede olerse la quietud
sobre la piel del desierto.
Una fractura en su cintura
descubre el cónico sello
que el áspid venenoso
puntual a la cita de los siglos
dejó abierto el oficio a los saqueadores.
Suave la arena,
parcialmente oculto el dintel,
idealiza la tumba.
Cada noche en un ritual
se me descienden los peldaños y el alma,
en un intento de soñar los jeroglíficos,
vagando entre sarcófagos,
roza la momia de mi cuerpo.
Un guiño del tiempo
alucina la mente y
la fiebre se introduce en el deseo
cuando al son de la cítara, la llama,
bailaba los atardeceres.
Toda la cripta
destila un áloe enmohecido
que verdea los perfiles. Y las ánforas,
en el silencio de los muertos
vigilan los secretos que
entre anillo y anillo
sepultó la despedida.
Del libro “Eterno yacimiento”
sobre la piel del desierto.
Una fractura en su cintura
descubre el cónico sello
que el áspid venenoso
puntual a la cita de los siglos
dejó abierto el oficio a los saqueadores.
Suave la arena,
parcialmente oculto el dintel,
idealiza la tumba.
Cada noche en un ritual
se me descienden los peldaños y el alma,
en un intento de soñar los jeroglíficos,
vagando entre sarcófagos,
roza la momia de mi cuerpo.
Un guiño del tiempo
alucina la mente y
la fiebre se introduce en el deseo
cuando al son de la cítara, la llama,
bailaba los atardeceres.
Toda la cripta
destila un áloe enmohecido
que verdea los perfiles. Y las ánforas,
en el silencio de los muertos
vigilan los secretos que
entre anillo y anillo
sepultó la despedida.
Del libro “Eterno yacimiento”
1 comentario:
Pilar, en este eterno yacimiento de tu palabra dejo mi huella, y un abrazo
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